Consumo abusivo de sustancias: impacto del rol familiar
Por: Psic. Malena Alonso – Team Psicovivir – 04/12/2020
Las estadísticas actuales señalan que “el riesgo de iniciación en el abuso de sustancias es más común en el período de la adolescencia temprana (12 a 14 años) y tardía (15 a 17 años) y que el abuso de sustancias llega a su auge en las personas de 18 a 25 años”.
Comencemos por hablar sobre el uso de una sustancia/objeto. El uso puede estar asociado al primer contacto que tiene la persona con las drogas. Por lo general está relacionado con fines recreativos y experimentales. Se observa principalmente en la población adolescente y tiene vinculación con la etapa evolutiva de exploración.
También se habla de abuso episódico cuando corresponde al excesivo uso de una sustancia en un momento breve y determinado. Hay cierta periodicidad, inicio de frecuencia de consumo y posible cronicidad. Por lo general, está asociado a los fines de semana.
Cuando hablamos de abuso apuntamos a ladependencia, accionar desmedido y compulsivo. La persona necesita la sustancia aunque sabe que el consumo le genera padecimiento.
Si bien se registra el malestar físico y psíquico, no logra cortar en forma autónoma con la conducta. La persona pierde su libertad de acción y de elección y todo su “estar siendo” se ve restringido por la necesidad de consumo.
Un enfoque preventivo
1º Es importante resaltar que la persona adicta se encuentra inmersa en un contexto, estableciendo un tipo particular de relación con las sustancias que ese ambiente dispone.
A modo de prevención y monitoreo de posibles conductas adictivas, resulta crucial la implicancia familiar en lo que entendemos como edades de riesgo.
Es decir, aquella ventana en el ciclo evolutivo donde los preadolescentes y adolescentes comienzan sus primeras relaciones exogámicas. De a poco exploran su mundo social alejándose y muchas veces oponiéndose a los parámetros marcados y aceptados por la familia de origen.
2º Resulta indispensable la presencia de la comunidad tanto en el aporte de la información como en la capacitación emocional. Enseñar habilidades sociales. Resolución asertiva de conflictos, tolerancia al malestar, capacidad de espera y registro del otro se encuentran entre las herramientas emocionales más valiosas que colaboran en el manejo autónomo de las movilizaciones emocionales.
3º En relación con los factores de protección se parte de la premisa que quien logra sustentar su mundo interno, o quien se ve desbordado por “x” situación pero percibe confianza y seguridad en sus lazos sociales, no queda pegado en conductas compulsivas o pide ayuda a tiempo.
Los factores de vulnerabilidad residen en vínculos inseguros.
Cuando el contexto presenta carencia de afecto e incluso abandono, el joven no encuentra en quien refugiarse o a quien preguntarle. También ocurre en aquellos hogares donde la atención suele ser intermitente: a veces prestan atención y están disponibles y en otras circunstancias se muestran opresivos o ausentes.
¿Cómo podemos implicarnos y prevenir desde casa?
4º Principalmente entendiendo que no hay edades más riesgosas en relación con conductas compulsivas, ya que hoy en día se observa comportamiento dependiente en edades cada vez menores: por ejemplo uso abusivo de pantallas.
Entonces, el camino de la prevención se inicia allí, en la capacitación emocional que los adultos proveemos a nuestros niños, preadolescentes, adolescentes y jóvenes.
Para esa crianza respetuosa y preventiva debemos interpelarnos sobre cómo viene nuestra propia capacitación emocional.
En las habilidades sociales reside el germen para el cambio de estas conductas dañinas.
En la capacidad de espera se desarrolla la creatividad y la búsqueda de soluciones autogestionadas y que no venga de afuera la respuesta, entonces se parte de la propia inventiva. Saliéndose de lo inmediato, se da lugar a lo importante.
En la tolerancia a la frustración se registran los límites, entendiendo que el mundo y las circunstancias son las que son y que las personas funcionan de manera autónoma y que estar con el otro y lograr los propios objetivos embiste una combinación de variables que muchas veces escapan al control y no por eso hay que evadirse con las sustancias o el alcohol.
Se hace necesario el manejo proactivo de conflictos interpersonales. Aumentando el registro del otro, los vínculos resultan equilibrados, donde no hay una búsqueda de una razón absolutista, sino que la comunicación resulta asertiva y se promueven acuerdos y compromisos que generan lazos en vez de romperlos.
5º Para aumentar la motivación al cambio, resulta crucial comprender al sujeto implicado en su contexto y las relaciones que se desarrollan entre persona y su ambiente. De ese intercambio con las principales figuras de apego suele proyectarse el aumento o cese de las conductas compulsivas hacia sustancias u objetos.
La presencia realmente disponible de los vínculos primarios, implica encontrar una escucha activa y de aceptación para la persona que puede estar usando sustancia y en camino de abusar.
Allí reside la oportunidad real de ayuda.
Si en ese momento la respuesta es defensiva, porque a los papás nos asustan estas conductas, solemos reaccionar desde el enojo y “retamos”. Entonces nuestro hijo entendió que nosotros rechazamos su conducta, que lo criticamos y que lo dejamos solo.
Ese hijo, como sigue con la incertidumbre de lo que le ocurre, buscará en otro lado sus respuestas a la contención que está necesitando y ahí queda a merced de lo que encuentre.
Por lo general sus pares que están en la misma situación o personas mayores que tienden a manipularlo y seducirlo al consumo.
Si en cambio los adultos empatizamos con la necesidad exploratoria propia de la edad, el/la adolescente o joven sentirá ese lazo de afecto.
El abordaje ideal sería motivar la conversación buscando comprender el para qué hacen lo que hacen (comprender no significa bajo ningún punto de vista dar luz verde o propiciar el consumo) y desestigmatizar su uso y preguntar qué piensa al respecto, qué imagina o fantasea en relación con las drogas y las personas que las consumen.
Desde ese diálogo de genuino intercambio se da lugar a la psicoeducación, donde el equilibrio reside en la flexibilidad entre los límites implicados en el autocuidado y la libertad interior de elegir de cada sujeto.
Es en el tiempo presente, en ese estar siendo de la persona que se opera para que el sujeto se empodere y resuelva sus conflictos psíquicos en vez de buscar estrategias de fuga o evasión a través de la compulsión.
Si como adulto, familiar, amigo, docente, o figura relacionada con algún joven en riesgo de consumo tienes dudas sobre cómo poder ayudar, mostrarte disponible, fomenta la confianza real, esa que no surge de juicios.
Si sigues con la preocupación, busca ayuda terapéutica para ser el nexo respetuoso con quien tiene ese problema.
Sobre la autora: Lic. Malena Alonso – Instagram @ps.malena.alonso – Egresada de la facultad UCALP de la ciudad de Rosario, Argentina en el año 2009. Postgrado en Psicología Cognitiva, Constructivista y Postracionalista; Postgrado en Terapia Dialéctica Comportamental; formación en Psicoterapia Focalizadas.
Fuentes consultadas: Kalina, Eduardo: “Adicciones: Aportes para la clínica y la Terapéutica” / Maci y Yaría: “Breviario sobre Drogadependencia”. / Miller y Rollnick, “La Entrevista Motivacional”.
Excelente abordaje.
Necesito dejar el cigarrillo y no se como