«Vivimos en una mente del siglo XXI y unas emociones de la Edad Media»
Por Cristina Sáez – 19 de Octubre 2020 – Vía Cuerpomente.com
Enfermera, psicóloga y escritora, Mercè Conangla afirma que vivimos con mucha más contaminación emocional que ambiental. Y alerta de que urge empezar a sanear y reciclar nuestras emociones por el bien del planeta y de la especie humana.
Tras formarse en enfermería, Mercè Conangla se especializó en nutrición. Luego, coincidiendo con su maternidad, aprendió pediatría. Dice que porque quería saber más acerca de cómo criar a sus hijos. Y su curiosidad no se detuvo ahí. Cuando crecieron, empezó a interesarse por la psicología, para educar pero, sobre todo, para afrontar mejor la vida.
Junto a su pareja y su tándem profesional, Jaume Soler, pusieron en marcha la Fundación Ecología Emocional, una organización que desde 1996 se dedica a proporcionar información, asesoramiento y recursos para el crecimiento personal. Desarrollaron el concepto de «ecología emocional» en 2002 y para compartirlo escribieron su primer libro a cuatro manos. Desde entonces llevan publicados nada menos que 11. «Ahora sí que puedo decir que soy un poco escritora», afirma riendo, mientras nos recibe en la sede de la Fundación Àmbit, en Barcelona, con una sonrisa de esas que son abrazo.
«A MENUDO NOS FALTAN PUENTES ENTRE LA CABEZA Y EL CORAZÓN»
–Tenemos que vivir conectados a nuestras emociones y al mundo en el que vivimos. ¿No lo hacemos?
–No, qué va. A menudo nos faltan puentes entre la cabeza y el corazón. Por ello, debemos tomarnos un tiempo para saber qué estamos sintiendo. Regalarnos dos minutos, cerrar los ojos y hacernos una especie de escáner emocional. Aquí y ahora, ¿qué estoy sintiendo? Dar nombre a nuestras emociones. Mirar qué emociones agradables y qué emociones poco positivas sientes a diario, hacer un balance, ver cuáles dominan. Si son las agradables, todo va bien. Con las negativas, sin embargo, mi cuerpo me está alertando de que tengo que hacer cambios. La emoción es un gran avisador y la tenemos que escuchar cada día.
–¿Y si no tenemos ni siquiera esos dos minutos de que hablas para observarnos?
–Todos tenemos veinticuatro horas cada día, ¿o no? La cuestión es con qué las llenamos. Es importante encontrar momentos para reflexionar y hacer aquello realmente importante. Debemos encontrar tiempo para, entre tanto ruido, crear silencio interior y reposar. De hecho, tenemos que aprender a hacerlo. Al nacer tenemos por delante unas 640.000 horas. La cuestión es si realmente las usamos para crecer, para construirnos. Porque el tiempo es el mismo para todos. Se trata de hallar la capacidad para decidir lo que es importante para ti y lo que no. A veces entablamos conversaciones tóxicas, que contaminan nuestra mente, en vez de dedicarnos a aquello verdaderamente importante, que dé sentido a nuestra existencia. Algunas personas se percatan a una edad madura. ¡Ojalá nos diéramos cuenta antes!
–En tu nueva obra (Ecología emocional para el nuevo milenio, Ed. Zenith) hablas de cómo vivir una vida emocionalmente ecológica. ¿Qué tal la experiencia de escribir un libro a cuatro manos?
–Ha sido un verdadero placer. En primer lugar, porque Jaume es mi compañero de vida desde hace muchos años. Tenemos hijos en común y hemos compartido muchas vivencias. A la hora de escribir, aunque ambos somos muy diferentes, tenemos clara la idea de qué queremos contar. Vemos de qué hablará cada uno, cómo enfocará su parte; decidimos qué ponemos, de qué hilo tiramos. Luego cada uno se encarga de elaborar su trozo. Eso sí, el discurso final es consensuado. Escribir un libro a cuatro manos como este ha sido un proceso de crecimiento. Como pareja, además, nos da mucha vida. Es realmente interesante.
«Ya nadie duda de que gestionar las emociones es muy importante, porque de eso depende nuestro bienestar.»
–Comparáis la vida con un taburete de tres patas…
–Una pata eres tú; otra, tu relación con los demás; y la tercera, los lazos que estableces con el mundo y cómo inviertes tu energía emocional para mejorar cada una de estas partes. Hay quienes escogen dedicarse a sí mismos con la excusa de que tienen que crecer. Lo que ocurra en el mundo o a los demás tanto les da. Otros solo se dedican a las otras personas, se olvidan de sí mismos, y no tienen tiempo ni de ir al médico. Tanto para unos como para otros, el taburete está cojo. Para que tenga una base estable y esté en equilibrio de manera que nos podamos sentar, tenemos que invertir energía en crecer como personas, alimentarnos, aprender, pero también tenemos que cuidar nuestras relaciones, escoger muy bien a las personas en las que invertimos nuestro amor, porque a veces escogemos muy mal.La tercera pata, también muy importante, es la relación que establecemos con este mundo que estamos construyendo y que ahora decimos que está en crisis y que es injusto. Pero es que no es otra cosa que el resultado de las personas, que somos nosotros. Por eso, debemos plantearnos qué estamos haciendo en cada momento de nuestra vida para mejorar el mundo.
–¿Podemos cambiarlo?
–Por supuesto. Tal y como somos nosotros, así es el mundo que tenemos. No es otra cosa que un conjunto de sinergias entre las personas. Una empresa no es una entidad abstracta, sino la gente que la forma. Si todos trabajan para ser mejores personas, en esa empresa mejorará el clima, disminuirá el número de bajas laborales y de depresiones, serán más creativos y, por tanto, los resultados serán mejores. Esa empresa se convertirá en un lugar al que la gente querrá ir a trabajar.
–Sin embargo parece que nuestra aportación sea tan solo un pequeño grano de arena.
–Es un error pensar «el mundo es tan grande y yo soy tan pequeño que ¿qué puedo hacer?». Vivimos en un mundo interconectado, en el que lo que pasa en la otra punta del planeta también nos afecta. Ahora parece que lo vemos más claro en temas económicos, por la crisis. Pero en temas emocionales también es así.
–¿Que yo esté triste, alegre o enfadada afecta al resto del planeta?
–Si soy una persona que se dedica a agredir continuamente, a insultar, con actitudes violentas, empeoro el clima emocional global. Estoy lanzando tóxicos que afectan a las personas que tengo alrededor y las hago más desgraciadas, más infelices. Y quizás un día, con tanto tóxico, me impregnará la «lluvia ácida» y me quedaré sola y abandonada. Este mundo es un proyecto de conjunto en el que cada uno de nosotros tenemos que asumir nuestra propia responsabilidad sobre nuestra vida y hacer que sea más limpia, honesta, sobria, más austera; sin malgastar tantos recursos, económicos y también de tiempo. Las horas que tenemos para vivir desde que nacemos podemos dedicarlas a aprender, a explorar, a contemplar los paisajes magníficos de este mundo, a cuidar una planta, un animal, a hacer más alegre la vida de otras personas, a aportar mis conocimientos a la sociedad. Juntos podemos hacer tantas cosas… Tener la creencia de que uno no puede hacer nada es sumamente limitador.
–No obstante, es una creencia muy extendida…
–Creo que es una cuestión de comodidad. Formamos parte del 20% de la sociedad que concentra el 80% de la riqueza y recursos del planeta, y nos conformamos con estar en esa posición. Ya nos va bien, ¿para qué complicarme la vida ahora pensando en qué puedo hacer si en mi pequeño mundo egoísta se está tan bien? ¡Pero es que el mundo no funciona así! Muchos creen que una vez superada la crisis volveremos al mundo en el que vivíamos antes, pero no será así. De ahora en adelante tendremos que movernos en espacios de incertidumbre, que es uno de los temas de que más hablamos en este nuevo libro, territorios en los que ya no hay seguridad. Y para ello, necesitamos confianza. Esa confianza no vendrá de fuera, sino que procederá de nuestro interior. Por eso debemos educar a los niños desde pequeños para que crezcan con un buen nivel de confianza, lo que les permitirá moverse por esos territorios inciertos, en los que no sabrán qué van a encontrarse. Debemos enseñarles cómo solucionar problemas y situaciones, para que sean capaces de decir: «Ya lo conseguiré y, si no, estableceré alianzas. Y aunque no vea la solución, encontraré la manera porque confío en mis recursos y en los de los otros».
«Muchos creen que una vez superada la crisis volveremos al mundo en el que vivíamos antes, pero no será así.»
–Educar a los niños en la confianza requiere una sociedad emocionalmente educada. ¿Lo somos?
–No, pero vamos dando pasos para ello. Cuando pusimos en marcha la Fundación Àmbit, hace ya 15 años, teníamos que estar todo el rato pidiendo perdón y justificando que un grupo de crecimiento personal era una cosa seria, que lo hacíamos desde una vertiente científica. Ahora, en cambio, la Universidad ya tiene unos cuantos másters en esa materia, nosotros impartimos uno en ecología emocional y parece que nadie duda ya de que manejar las emociones es sumamente importante, porque de eso depende nuestro bienestar.
–¿Por qué?
–Las emociones son lo que nos hace tirar hacia delante en la vida, o lo que nos frena y nos hace sufrir. En la sociedad hay muchas personas con una gran cantidad de conocimientos y títulos que son muy desgraciadas en su vida personal porque son incapaces de gestionar sus emociones. Viven en un caos y dicen aquello de «estoy fatal». ¡Pero fatal no es una emoción! Puede querer decir 25 cosas distintas: que la persona se siente sola, insegura, desesperanzada, frustrada, impotente… o todo eso a la vez. Nadie les ha explicado qué tienen que hacer cuando se sienten así. Por eso, cada uno hace lo que puede: hay quienes guardan esos sentimientos y los reprimen, y entonces se ponen enfermos. Y hay quienes explotan y le dan al primero que pasa.
–¿Somos incapaces de ir más allá del malestar personal para averiguar sus causas?
–La educación emocional comienza con la alfabetización emocional de la persona. Primero, tenemos que darnos el permiso para sentir y entonces comenzar a nombrar todas las emociones, aprender a traducir la información que cada una nos da y aplicarla a nuestra vida. Y luego, debemos desprendernos de ellas. No hay que quedárselas.
–¿Tampoco las emociones positivas, como la alegría?
–Ninguna, ni la alegría, ni la ira. Eso sí, no podemos dejarlas ir de cualquier manera, ¿eh? No hay que reprimirlas, pero hay que expresarlas una vez estemos tranquilos. Debemos darnos tiempo, no hablar nunca desde la emoción alterada. Aguardar no implica represión, sino autocontrol. Reprimir es tragártelo todo, no dejarlo salir nunca. Y eso se acaba pudriendo en tu interior y puede hacer que te vuelvas una persona amargada y resentida. Es tóxico.
–En el otro extremo, están las personas que tienen incontinencia emocional, que no se guardan nada.
–Y que se enfadan, gritan, insultan, y luego alegan que ellas son así y se quedan tan anchas. Pero la metralla que han ido escupiendo se clava en los demás y los hiere. Esas personas se acaban quedando muy solas. El autocontrol es el camino del medio, del centro, del equilibrio. Me puedo enfadar pero sé que tengo que autogestionar mi basura emocional. Y de la misma forma que no comienzo a esparcir por la calle la basura de casa, lo mismo pasa con la basura emocional: tengo que buscar una bolsa para meterla y ponerla en el contenedor adecuado. Para ello, cada día tengo que hacer higiene emocional, ver qué siento, por qué, cuál es mi parte de responsabilidad, qué debo decirle al otro cuando algo me ha herido, pero no desde la ira, sino desde la calma. Se trata de expresar el conflicto pero siendo persona, desde una cultura de la paz.
–Afirmas que «vivimos en una mente del siglo XXI, con unas emociones de la edad media y con parte del instinto de supervivencia del hombre de las cavernas». ¡Todo eso en la misma persona!
–Y como no todo va al unísono, porque no sabemos conjugarlo, se producen conflictos constantes entre lo que pienso que tengo que hacer, lo que siento y lo que acabo haciendo. Tenemos que educar en la gestión emocional, para que emociones y mente hagan equipo. Para manejar mejor las emociones, porque nos dan información importante sobre lo que nos ocurre. Por ellas mismas no son ni positivas ni negativas, solo datos. Por ejemplo, estar celoso te puede estar mostrando que crees que alguien puede ser posesión tuya, sin entender que esa persona puede querer a muchas otras personas y dedicarles tiempo.
–Los celos suelen tener que ver con inseguridades de uno…
–Cuando yo me siento tan insegura es porque tal vez tengo miedo de perder a aquella persona. Quizás estoy dudando de si soy lo bastante valiosa, atractiva o interesante como para que mi pareja al salir encuentre a otra persona mejor y no vuelva. En el fondo se trata de miedo. Cuanto más contenta esté conmigo misma, menos miedos tendré. Y si alguien me dice: «Mira, me voy porque escojo irme», tengo que tener la capacidad de decir: «Esta persona no es mía, ella ha de hacer su propia elección».
–¡Pero duele perder al otro!
–Claro que duele… Y lo echaremos de menos, y nos sabrá fatal. Y estaremos muy tristes y tendremos que pasar el duelo por su pérdida. Pero eso puede gestionarse. No es fácil, pero la alternativa es peor.
«Cada día tengo que ver qué siento, por qué, qué debo decirle al otro si algo me ha herido, pero desde la calma.»
–¿Qué ocurre si hacemos esa higiene emocional diaria pero el otro no responde como esperábamos?
–Al relacionarnos tenemos que abandonar las expectativas, aprender que cuando acudimos al encuentro con el otro, no vamos por él, sino por nosotros mismos, porque tenemos que resolver un tema que tenemos pendiente dentro.
–A veces, al hablar con otro tememos disgustarlo o que no comparta nuestra opinión.
–Obtener el aprecio de todo el mundo es una misión imposible. Cuanto más necesitada esté una persona a nivel afectivo, más querrá que los otros reconozcan que hace cosas bien. En el momento en el que dice: «Yo soy la persona que soy, intentaré ser honesta, respetuosa, pero si en esta reunión digo lo que pienso aunque sé que la mayoría no está de acuerdo, no pasa nada porque puedo vivir con eso, porque ya tengo personas que me quieren por lo que soy». Eso demanda valor y dejar ir expectativas: no podemos gustarle a todo el mundo. Lo más importante es que yo cada día me pueda mirar en el espejo, porque soy honesta conmigo misma. Porque si yo pienso blanco, no estoy allí diciendo negro para que el resto de personas digan: «Qué bien, piensa como nosotros». Esto forma parte del crecimiento personal, es un proceso de entrenamiento emocional. De la misma manera que vamos al gimnasio para estar en forma físicamente, ¿por qué no hacer lo mismo con la parte emocional?
–¿Existe una relación estrecha entre aquello que sentimos y nuestro cuerpo?
–El estado físico influye en nuestras emociones. Hay días en los que estás muy cansado, caminando, hace calor, llevas peso, todo sale mal, y entonces estás irritable, a la primera saltas, agobiado. En ese caso, la emoción te está alertando de que tu cuerpo está al límite. En otras ocasiones, es al revés, el cuerpo te está avisando de que tienes temas por resolver. Pero, atención, eso no implica que todo lo que nos pasa sea por una mala gestión emocional. Te puede doler la cabeza y que la razón sea que tienes un aneurisma a punto de estallar. Y también te puede doler porque has tenido un periodo de estrés, muchas preocupaciones. Por eso es un error, por ejemplo, decir que alguien tiene cáncer porque reprime sus emociones. Es evidente que una persona que va todo el día estresada, arriba y abajo, con ansiedad, puede acabar desarrollando una úlcera de estómago. Eso se sabe, pero es solo un factor. Hay que ser sumamente cuidadosos con esto, porque hay gente que sufre determinadas enfermedades y se siente culpable o responsable de estar enferma. Somos seres físicos, intelectuales y emocionales, todo está interrelacionado, pero no existe una relación de causa-efecto directa.
–En vuestro libro, reivindicáis el poder del abrazo.
–Es muy curativo cuando se da de corazón. Hay a quienes les incomoda, porque en cierto modo vivimos en una cultura tabú con el tema del tacto. Incluso a veces somos incapaces de tocarnos a nosotros mismos, de darnos un masaje en las manos. Si yo conmigo misma y con mi piel ya no me llevo bien, seré incapaz de dar entrada al otro, porque el abrazo es dejar que alguien toque esta parte íntima mía. Es contacto total. Y eso implica que te has de aceptar. Si al otro el abrazo le incomoda, lo tenemos que respetar. Eso es algo que no hacemos, por ejemplo, con los niños. A partir de determinada edad, en lugar de ir nosotros a abrazarlos, tenemos que empezar a decirles: «¿Me regalas un abrazo?» Y si dicen que no, pues ningún problema.
–A veces los forzamos: «Dame un abrazo», «dale un beso a esta persona».
–Sí, y quizás el niño no siente ninguna afinidad con esa persona. No podemos imponer las distancias íntimas y personales a nadie. Tenemos que hacer como en El Principito, ir acercándonos cada día un poco. Los procesos emocionales no vienen de un momento a otro. Y tampoco hace falta desnudarse emocionalmente con el primero que pasa, porque hay gente que entiende que esto de las emociones consiste en mostrar desde el primer momento todo lo que siente. No, hay que ser muy prudentes: las emociones son muy valiosas, y hay que mostrarlas a alguien honesto.
Fuente: https://www.cuerpomente.com/nos-inspiran/entrevista-conangla-emociones_7195