¡Depresivos, salid del armario!

Por ANXO LUGILDE – Vía LaVanguardia.com

“La gente normal va al médico a Houston, si se lo puede pagar, o a Pamplona. Los de Lugo vamos a Barcelona, adónde si no”. Así le contesté al bueno de Joaquín Luna, mi entrañable compañero, pese a encontrarnos en las antípodas ideológicas. Luna era el jefe de Internacional cuando a partir del 2009 pasé a tener, a iniciativa de Enric Juliana, el privilegio de escribir, como “corresponsal atlántico en Galicia y Portugal”, en la sección más noble del periódico entre los periódicos, La Vanguardia, con la que colaboró desde el 2005 y a la que mi bisabuelo se suscribió en 1930 al llegar de A Coruña a Barcelona para trabajar en la aduana del puerto.

“¿Qué, de vacaciones?”, me preguntaba Luna, que ya había dejado la jefatura de Internacional a ese superviviente de la Covid-19 que es Lluís Uría y que con tanta delicadeza me trató cuando, sin apenas conocerlo, le dejé tirada una apertura portuguesa en diciembre del 2016. Aquella fue la primera vez que entré en colapso total. Recurrí a Jaume Aroca, a quién si no, como intermediario entre llantos y bajo la sensación horrible de que me había quedado inhabilitado para siempre como periodista…

32 años de una enfermedad

El porqué de una firma

Anxo Lugilde, el corresponsal de La Vanguardia en Galicia y Portugal, padece depresión desde hace 32 años. En los últimos cuatro ha experimentado tres episodios brutales, pues ahora cuando la dolencia se desata le paraliza el cerebro. El último lo está superando con la ayuda fervorosa de sus allegados y gracias en parte a su decisión de contar su historia en público. Quiere así ayudar en todo lo posible a los que sufren todavía el terrible estigma. Esta es la crónica de Anxo Lugilde, que por una vez no firmará como Anxo Lugilde, corresponsal, sino como Anxo Lugilde, servicio especial. Ha querido precisar que este es “un servicio especial, no remunerado, porque el autor está de baja médica”. Escribir estas líneas forma parte de su proceso de curación.

Esta es mi profesión desde 1990. Empecé a los 20 años en La Voz de Galicia de Lugo, para seguir después en la de delegación de Ferrol. En 1998, di el salto a la central de A Coruña. Allí, a partir del 2000 ese gran amigo –según él, mi hermano mayor; para mí, un padre profesional– que ha sido y es Bieito Rubido (exdirector de ABC) me puso por fin a hacer política gallega.

Tenía mi flamante título de licenciado en Ciencias Políticas por la Universidad de Santiago de Compostela. Lo obtuve en 1998, cinco años después de licenciarme en Periodismo. En el 2010 me doctoré en Historia Contemporánea bajo la dirección del Xosé Manuel Núñez Seixas, Premio Nacional de Ensayo, y en un tribunal presidido por el mítico Ramón Villares, cuya Historia de Galicia ha sido el manual escolar de tantas generaciones de la Galicia autonómica.

En el 2019 yo todavía llevaba con gran vergüenza mi enfermedad mental, mi depresión, que arrastraba desde la adolescencia. Me fue diagnosticada por primera vez en 1988, justo cuando, después de haber vivido en Lugo de los 12 a los 18 años, tras hacerlo en Barcelona desde que tenía cinco meses, me aprestaba a marchar a Euskadi a estudiar Ciencias de la Información en Leioa (Bizkaia), en la Euskal Herriko Unibertsitatea (UPV en las siglas en castellano).

A comienzos del verano de 2019 le dejé por fin a Jaume Aroca, el ideólogo de mi salvación, montar con Josep Corbella Ana Macpherson un plan de rescate, siempre con el beneplácito de la dirección y el entregado aval de mi jefa directa, mi gran amiga Isabel García Pagán. El director era entonces el gentleman Màrius Carol.

Emergía así en marcha mi oasis médico catalán. Yo no lo sabía. Cuando en junio del 2019 llegué a Barcelona, tras un año terrible de ausencia, temblaba al subir a la Torre Godó, en la misma Diagonal a la que fui al parvulario de doña Adelaida, después de que en el Sant Agustí, en la calle Indústria hiciesen conmigo la barbaridad de atarme la mano izquierda a la silla, alrededor de 1974, lo que me convirtió en un niño represaliado de la dictadura y uno de los últimos zurdos contrariados por tal bestialidad pedagógica.

Al aproximarme por primera vez al rascacielos de la plaza Françesc Macià, en el otoño de 2005, para reunirme con el hoy director Jordi Juan e ir a comer con Jordi Barbeta, en aquel momento jefe de política, y sus dos lugartenientes, Fèlix Badia y Nacho Orovio, me sentía de una aldea muy remota.

Lo de impresionarse tenía su gracia porque yo, como Orovio, estudié, aunque sólo hasta sexto de EGB, en uno de los más elitistas colegios barceloneses, para mí sin duda el mejor del mundo, el Sant Ignasi, de la calle Carrasco i Formiguera (en el franquismo, Doctor Amigant). En plena ola progre de los 70, entrabas por test de inteligencia, que yo superé en una casa anexa de los curas con un zumo de naranja y un paquete de galletas que devoré, con la ropa nueva con la que mi madre, Mari do Carmo Pardo, me había vestido para ir a la zona alta.

Llegué al colegio en el tren de Sarrià, desde el Eixample de toda la vida, de Provença con Roger de Flor, donde mi abuela Elena pasó la guerra bombardeada por los suyos. Me aceptaron en el Sant Ignasi. Mi familia era de clase media. Mi padre, titulado en Económicas por la Universitat de Barcelona, tras llegar en los 60 con lo justo para vivir unos meses en una pensión, ejercía de jefe de informática (de proceso de datos, se llamaba entonces) en una firma de Montcada i Reixach.

Mi familia podía pagar esa educación de élite porque había un sistema de cuota responsable, en función de la renta familiar, que al parecer resultó un desastre. Pedagógicamente era un colegio excepcional. Si en un examen ponías lo mismo que en el libro, tu respuesta valía 0 puntos, pues debías escribirla con tus palabras. Cuando en 1982 regresamos a ese Lugo todavía algo medieval, pero en cualquier caso mi muy querida ciudad natal, me encontré con lo contrario: en los exámenes sólo contaba lo que figuraba textualmente en el manual escolar.

En junio del 2019, cuando por fin me atreví a volver a Catalunya, y tras invitarme a comer cerca de Can Godó Susana Quadrado, lo que recibí arriba, en la redacción, fue un chute de apoyo de tal intensidad que casi me tumba, como bien sabe Jordi Juan. Por esa vía tuve el privilegio de acceder, si bien por méritos propios de mi largo historial depresivo, a un ensayo clínico internacional de la empresa británica Compass en el Hospital del Mar, dirigido por mi ahora psiquiatra Víctor Pérez Sola.

Con su madre y sus hermanas (AL)
Con su madre y sus hermanas (AL)

Según mi médica de cabecera en Santiago, Carmen Rodríguez Quevedo, Víctor Pérez Sola es de los mejores profesionales de su especialidad de España y, sin ningún género de dudas, el número uno en depresión mayor, mi enfermedad, la vella compañeira, como poéticamente le llama ese ideólogo e imprescindible maestro en la materia que es para mí Xosé Manuel Beiras. A sus 84 años se está cuidando mucho por el coronavirus y no me pudo despedir en octubre de Galicia pero ya me ha mandado dos correos que tengo enmarcados en el alma.

Lo primero que le dijo Víctor Pérez a Ana Macpherson es que yo tenía, por la privada, un psiquiatra privado de referencia en Galicia, Manuel Arrojo, Arrojo II, o Arrojo III, en cuyas manos me puso en diciembre de 2016 ese amigo y antiguo gestor del psiquiátrico de Ourense que es el presidente del Parlamento de Galicia, Miguel Santalices, del PP de Ourense. Arrojo y su colega psicólogo, el catedrático en ciernes de la USC Fernando Vázquez (alias el Entrenador) me sacaron primero del hoyo, al que volví en el 2018, con la muerte súbita de un padre del que nada queríamos saber mi hermanas y yo desde hacía años y de cuyo deceso nos enteramos por los mensajes de pésame.

Coincidía además que yo justo había preferido cambiar de trabajo en Galicia, para huir de la asfixia mediática del que dicen que es el moderado del PP. Desde 1936 hay tres efes que han dominado la política gallega. La peor, la genocida, es sin duda la de Francisco Franco. La menos mala, para muchos la mejor, es para mí la de Manuel Fraga, lector voraz, sinceramente autoritario y hasta galleguista comparado con lo presente.

Fraga me felicitó por carta por mi libro sobre la diáspora de la Argentina del corralito. Fue en una misiva maravillosa que, muerto de vergüenza, leí escondido en el servicio de la redacción central de La Voz de Galicia de Sabón en el 2003. De la otra F, la actual, que en realidad es una N, tengo prohibido escribir y hablar por prescripción facultativa.

En agosto del 2019 me curaron en el hospital del Mar con un colocón de silocibina, que es el principio activo de los hongos mágicos, con la excelente psicóloga Elizabeth Domínguez-Clavé de experta terapaeuta y la magnífica psiquiatra Alba Toll como la otra pata más ligada a mí del equipo médico. Fui una cobaya modelo. Con tantos apoyos profesionales, familiares y de amigos entrañables me reencontré con mi Barcelona de la infancia, junto al puerto en el que trabajaba mi bisabuelo, caminando distancias brutales de hasta 20 kilómetros diarios.

“A mayor viaje, mayores posibilidades de curación”, me dijo proféticamente el primer día en el Hospital del Mar el psiquiatra Víctor Pérez Sola. Para la jornada de la toma de la silocibina, el 14 de agosto del 2019, vino de Galicia Xema Aguiar, mi compañera, la mujer que no conoce la maldad. Y pasó lo que anunció Víctor. Aunque se desconoce la dosis que me dieron, el colocón fue brutal. Me transportó al Titicaca. Sin contar al bote de los malvados, de mis opresores, en mi barco, una golondrina de las del puerto de Barcelona de mi bisabuelo, se me aparecieron, entre otros, Xema, toda mi familia, Tati Moyano, la heroína contra la manipulación de la TVG y…

Oleadas de cariño

El apoyo de políticos

“De Galicia me llegaban y llegan oleadas de cariño. Es de justicia destacar el apoyo constante desde el primer momento de la líder del BNG, Ana Pontón, a la que en se han sumado en los últimos tiempos, con ese entusiasmo tan de su familia Abel Caballero, alcalde de Vigo, y su sobrino Gonzalo, el líder del PSdeG, así como el jefe de Podemos Galicia, Toné Gómez Reino. Otro precursor es Antón Sánchez, líder de Anova, el partido de Beiras. Del PP prefiero no dar nombres para no hundir carreras políticas, excepto los públicos, con la alcaldesa de Triacastela y exdiputada en el Congreso, Olga Iglesias, a la cabeza. Representa institucionalmente a mi pueblo, el más bonito del mundo, y encarna esa humanidad que sí existe, por supuesto, en el PPdeG”.

…y Victor D’Hondt, Marshall MacLuhan, Rosalía de Castro, Alfonso Rodríguez Castelao, Curros Enríquez, Andres do Barro, Leonard Cohen, José Afonso, Lluís Companys, María Luz Morales (la coruñesa que dirigió La Vanguardia en la Guerra Civil, la primera mujer que asumió tal cargo en la prensa española) y Augusto Assía, el mítico corresponsal de La Vanguardia en el Londres en la Segunda Guerra Mundial, que puso el contrapunto conservador.

Acabé mi lista de aparecidos con Manolo Vázquez Montalbán, el único a quien tuve el privilegio de conocer, en una entrevista en Ferrol en los 90 cuando presentaba su imprescindible biografía de sobre Francisco Franco. Y luego, a volar. Mi historia en la Torre Godó cambió para siempre y se multiplicó a partir del 2015 cuando empezaron mis domingos voladores por la Barcelona desierta, cuando como un tertuliano flipado, irrumpí en el Via Lliure de Xabi Bundó, ese gran amigo, hablando en castellano y pidiendo disculpas por no hacerlo en catalán.

Con Xavi Bundó (RAC1)
Con Xavi Bundó (RAC1)

Empecé mi aventura radiofónica parafraseando a Jordi Basté desde el minuto uno, con mi “Bos días, Catalunya”. Desde Santiago sentía que flotaba por las ondas de mi ciudad vacía, desde la plaza Lesseps de mi tieta postiza Mercè Baró, ahora profesora de catalán y generosísima benefactora, hasta el Sant Ignasi. Desde la Bonanova hasta Anglí. Y desde allí hasta la Sagrada Família y el puerto de mi bisabuelo.

La acogida fue bestial, como se hizo evidente cuando la vieja compañera me tumbó en el 2016 y desaparecí. El 10 de noviembre del 2019, cuando regresé, Bundó y su equipo me recibieron con gaiteros gallegos de Toxos e Xestas que tocaron A Rianxeira en directo en la Torre Godó. Pero el confinamiento me destrozó. Perdí el paraíso que me había montado caminando por las orillas del Miño en Ourense y escribiendo en la terraza de las termas de Outariz.

Cumpleaños en Barcelona en el 2019 (AL)
Cumpleaños en Barcelona en el 2019 (AL)

la vieja compañera, tan traicionera ella, me acabó atacando de nuevo el 6 de septiembre, el domingo de inicio de la nueva temporada del Via Lliure. Me quedé en blanco. Fue horrible. Reaparecieron todos los fantasmas, pese al apoyo por WhatAsapp de Bundó y de Beth, la antigua terapeuta del Mar. Me hundí de una forma brutal, por tercera vez en cuatro años, lo que acelera las crisis y las hace muy virulentas, con “unos deseos de muerte” brutales que dicen los terapeutas.

Pero, desde el 30 de octubre, Catalunya me está salvando de nuevo, aunque ya viniese en septiembre y fuese un desastre. Decidí volver a Galicia con las peores intenciones. Pero después, en Santiago otra vez, con el tratamiento de Arrojo y la ayuda increíble de Fernando Vázquez, el apoyo de los allegados de aquí y de allá, fui saliendo. El Entrenador me mandó buscar una ocupación absorbente y la encontré en un viejo proyecto al que se prestó con entusiasmo mi tieta de Lesseps, Mercè Baró: las clases de catalán.

Y así, como si fuese un exorcismo, para conjurar el desastre del 6 de septiembre, en la madrugada del 25 de octubre grabé en catalán un mensaje a la audiencia del Via Lliure, pidiendo disculpas por mi nueva ausencia y declarándome depresivo. Es de lo mejor que hecho en mi vida en general y en la profesional, sólo comparable a cuando me inventé la misión, gracias a Rubido, de enviado especial a la crisis argentina para dar voz a los gallegos que más sufrían del mundo.

La acogida de mi outing ha sido espectacular y me ha convencido de que los depresivos con proyección pública tenemos la obligación cívica de salir del armario, de tirar de nuestros camaradas, de romper el tabú, de saltar por encima del estigma, de luchar para que se acabe la injusticia de que una enfermedad en el cerebro sea distinta a una en el pulmón, la sangre o las piernas.

El autor, en el camino de Santiago (Óscar Corral)
El autor, en el camino de Santiago (Óscar Corral)

¡Depresivos fuera del armario!, es mi nuevo lema. Un lema que me ha ayudado muchísimo, hasta colocarme decisivamente en la senda de la recuperación, como si emergiese de nuevo del Titicaca del colocón de la silocibina, de los hongos mágicos, del 14 de agosto de 2019. Me ha hecho descubrir algo fundamental en la pandemia, la fraternidad.

Es el mejor momento para salir del armario depresivo porque hay más sensibilidad con la enfermedad en general y porque, con la fatiga pandémica, la vieja compañera está desatada. Y la única manera de vencerla que conozco consiste en que el enfermo se deje ayudar, que los que le quieren lo hagan bien y que los “imbéciles y oscuros que no nos entienden, no”. Esos, como dice el himno gallego, que molesten lo menos posible.

Fuente: https://www.lavanguardia.com/vida/20201113/49417831767/anxo-lugilde-depresion.html

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